[Siempre asesinan]



He venido a darme cuenta, fugazmente de la
precariedad insoportablemente
tosca del contorno
filoso, de los dientes de los hechos
martillantemente hermosos
que persiguen, colisionan con los
surcos,
intersticios craneales,
muy dentro mío.

La muerte es asesina, lo sabemos, pero
qué hay del sol atronador de la tardanza
prehistórica bajo el alero. Su ropa es
asesina.
La eternidad corporal de la copa que
bebo de un camastro asesina. La finalidad
etérea surgiendo, mutante, del árbol muerto
de la infelicidad lastima, borra, y
en consecuencia asesina.

El lunes, martes
y jueves negro al fin asesinan, la torva amenaza
dulce de su pelaje miente, por crucifixión inane asesina;
la balaustrada imposible de alcanzar donde
se vislumbran cabelleras atractivas asesina, el rincón asesina,
el salto apresurado
entre las rocas esperando el tifón no
es cruel pero asesina,
las manchas hondísimas en el patio en la hamaca del
cuervo acechante, terrible, asesina;
el rictus amargo de tu boca a veces
desdichada, innecesario y
por ende también asesina,
la bronca, el llanto,
las palabras homicidas, todo asesina.

Los brazos larguísimos de
la sombra corrupta de tu ausencia,
no sólo también sino finalmente
y fútil
asesina, cuando asesina.
Concluyo en decir que al fin y al cabo,
son los espectros vulnerantes del olvido
quienes asesinan.
Siempre asesinan.

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