[A cuatro kilómetros de las trincheras]



En cuanto al violento caleidoscopio de la razón desviada
caverna lúgubre en la que me encuentro
sorpresivamente morando,
sólo puedo comentar
que me veo a mí mismo
enterrado hasta las rodillas en el fango
en la maleza absorvente y llana del tiempo lineal
tironeando raíces, manoteando algo de lo cual aferrarme
sangre y tierra prohibitiva bajo las uñas, lastimando.

Y aunque a veces me puse de pie sin quitarme la suciedad
mirando alrededor para contemplar un paisaje devastado
inocuo, ascéptico, alcaloide
también así, en esas ocasiones
compareció ante mí la muerte escarlata
(Cárcel de los sentimientos,
cáncer de la libertad)
para arrastrar sobre mi cuerpo su marejada asesina.
Sólo la veo y me pregunto qué pasaría
si me parara una vez frente a ella
en lugar de emprender cobarde retirada.

En este instante me mira con ojos plutónicos
transparentes bocas dentadas en aluminio
y bajo mis ropas, pretérito,
desenfundo la estocada desposeída
inhalando humo, exhalando fuego
estallando mi furia incontenible entre sus sienes afiebradas de oro
y su destrucción lamentable.

Finalmente, ensangrentado y solitario me siento
agotado sediento ensimismado
sobre una pila de huesos calcinados
y antes de desmayarme lo único que cruza por mi mente,
es saber que nunca le tuve miedo a la muerte
pero ahora sí le temo, por desgracia.

Temo a tu muerte maldita.
Y a tu herida.

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